la última vez que me suicidé las cosas no fueron iguales. es que los caminos que uno recorre jamás se parecen entre sí. me había cansado, otra vez, de contar la misma historia de siempre, la que se levanta con el alba y se acuesta con el atardecer, la de las mismas escenas familiares, amistosas, sexuales, la repetición constante de los cuerpos y sus olores. así es que me fui nuevamente. no llevo la cuenta de cuantas veces me he suicidado, a penas recuerdo ligeramente algunos cuadros costumbristas compuestos de llantos, reuniones y quejas, pero nada realmente significativo. el suicidio en sí, en cambio, algunas veces resultó interesante, no por el acto como tal, que ese no tiene muchas variaciones, salvo porque algunas veces era algo antihigiénico; resultaba interesante porque en el proceso de desvanecimiento, la sensación embriagadora, la perdida de fondo de todas las formas que me rodeaban, los gritos con eco, las luces, las sirenas, el adormecimiento de las piernas, lo brazos, la cabeza y finalmente, el todo oscuro e infinito sin razón ni concepto en el que me encerraba, me dormía, me mimetizaba. luego venía el proceso inverso, menos llamativo debo admitir, retornaba a la forma y sus fondos, distinta a la anterior, en otros espacios, pero igual en contenido. todo empezaba nuevamente hasta el siguiente suicidio.
pero esta vez fue distinto, es como si la secuela hubiera perdido el impacto de las anteriores, los actores se notaban agotados y sin ideas, la escenografía era menos creíble en ese intento de hacerla parecer universal, la fotografía plana y sin intensidad, la trama en sí fracasaba por la falta de fuerza en los giros dramáticos. en apariencia todo comenzaba como debía: el cuarto, la carta, el cuchillo, el cuello, la sangre, la bañera, los ojos hacia atrás, luego la entrada de los sujetos, las corridas, los gritos, los llantos, las sirenas, los golpes, las culpas y sus preguntas, las madres, los padres, las amantes, los perros, los niños, los curiosos, los complacidos. en fin, la fórmula para el éxito. pero no se sintió igual, en la reversión del ciclo me vi instalado en esta mesa y los rostros que me rodeaban parecían indiferentes ante la novedad de mi existencia, no había nadie diferentes, todos eran idénticos entre sí, al verme en el espejo, yo también era idéntico, nadie dijo nada, nadie hizo nada, nadie siquiera demostró desprecio o sorpresa. no surtió ningún efecto.
tal vez esa fue la razón por la cual la siguiente secuela de esta historia fue la final, no hubo revertimiento del ciclo, todo se quedó en negro, en la nada, en la mimetización, que es desaparición. el fundido a negro final dejó ver los créditos en los que todos figuraban con sus nombres y sus representaciones. menos yo, yo no figuraba, en el lugar que debía ocupara aparecía una cruz de esas que se ponen en las fosas comunes, con un s/n en el centro. en el estrenos de otra cotidianidad, pasado algún tiempo de esta historia, alguien se acordó e hizo preguntas, pero los protagonistas acusaron no recordar nada dieron media vuelta y se fueron.
la nueva historia resultaba interesante, era sobre alguien que se despertaba con el alba y se acostaba con el atardecer, sus padres, sus amigos, el sexo, los cuerpos y los sudores. pero de esa hablaremos en otra ocasión.
pero esta vez fue distinto, es como si la secuela hubiera perdido el impacto de las anteriores, los actores se notaban agotados y sin ideas, la escenografía era menos creíble en ese intento de hacerla parecer universal, la fotografía plana y sin intensidad, la trama en sí fracasaba por la falta de fuerza en los giros dramáticos. en apariencia todo comenzaba como debía: el cuarto, la carta, el cuchillo, el cuello, la sangre, la bañera, los ojos hacia atrás, luego la entrada de los sujetos, las corridas, los gritos, los llantos, las sirenas, los golpes, las culpas y sus preguntas, las madres, los padres, las amantes, los perros, los niños, los curiosos, los complacidos. en fin, la fórmula para el éxito. pero no se sintió igual, en la reversión del ciclo me vi instalado en esta mesa y los rostros que me rodeaban parecían indiferentes ante la novedad de mi existencia, no había nadie diferentes, todos eran idénticos entre sí, al verme en el espejo, yo también era idéntico, nadie dijo nada, nadie hizo nada, nadie siquiera demostró desprecio o sorpresa. no surtió ningún efecto.
tal vez esa fue la razón por la cual la siguiente secuela de esta historia fue la final, no hubo revertimiento del ciclo, todo se quedó en negro, en la nada, en la mimetización, que es desaparición. el fundido a negro final dejó ver los créditos en los que todos figuraban con sus nombres y sus representaciones. menos yo, yo no figuraba, en el lugar que debía ocupara aparecía una cruz de esas que se ponen en las fosas comunes, con un s/n en el centro. en el estrenos de otra cotidianidad, pasado algún tiempo de esta historia, alguien se acordó e hizo preguntas, pero los protagonistas acusaron no recordar nada dieron media vuelta y se fueron.
la nueva historia resultaba interesante, era sobre alguien que se despertaba con el alba y se acostaba con el atardecer, sus padres, sus amigos, el sexo, los cuerpos y los sudores. pero de esa hablaremos en otra ocasión.