la lupe entró, se quitó la ropa, como todos los días su olor a sudor guardado inundó rápidamente todo el espacio. no sé por qué, pero ese olor siempre me ha causado una mezcla de nauseas y satisfacción. hurgó entre mis pantalones hasta encontrar lo que buscaba. alargado y urgente, mi pene siempre le resultó inquietante, era incapaz de satisfacerla pero ella no procuraba de ese servicio, su vocación era sentirlo, palparlo, saborearlo, hundírselo y dejarlo ir. nunca hemos mediado palabras, con ella todo funciona entre silencios y mis gemidos.
la primera vez que la vi, no olía a sudor guardado, su olor se asemejaba más al de una flor seca (por cierto que su imagen me daba esa misma impresión). estaba sentada en esa sillita al fondo de aquel bar, no sonreía y solo si te quedabas mucho tiempo viéndola te percatabas de su respiración. cruzaba la pierna y dejaba entrever la ausencia de su ropa interior, se rascaba las axilas. se mantenía inmóvil, como estatua de cera. no es bonita, pero tiene un no se qué que me desde ese primer instante me provoca erecciones indescriptibles. me le acerqué y le susurre alguna porquería al oído hasta ese momento reaccionó, levantó un brazo de manera parsimoniosa y un mesero apareció de la nada con una cerveza y un trago de ron, cogió el ron, se lo tomó de un trago, se volvió a quedar inmóvil, viéndome profundamente. yo cogí la cerveza y en cuanto me la llevé a la boca ella hizo su segundo movimiento, se acercó, puso su mano en mi entrepierna y comenzó a acariciarme cada vez más rápido, en un instante yo había eyaculado y ella volvió a su posición inicial, inmóvil y sin expresión.
esa noche la llevé a la casa, intenté empezar varias veces una conversación, no lo logré. en mi casa empezó el ritual que ya se ha vuelto costumbre, se desvistió, se acercó a mi, me acarició la entre pierna, desabrochó mis pantalones, apenas los bajó, descubrió mi pene y se lo llevó a la boca, luego se sentó encima mío, se movió y movió con velocidad, consiguió lo que quería y se marchó.
después de ese encuentro, los otros se dieron con una periodicidad perfecta, cada dos días a la misma hora y con la misma duración, su olor desde la segunda vez ya fue el que recuerdo, ese a sudor guardado.
descubrí que le dicen la lupe gracias al soborno del mesero aquel del bar de la primera vez. no supe nada más. en honor a la costumbre no me he permitido desde ese entonces emitir comentario alguno, no hago preguntas y no le pido que se quede.
siempre, veinte minutos después su partida yo me levanto, me sacudo la cabeza, agudizo el olfato para encontrar su olor y me voy a la cocina, siempre está ahí el dinero, siempre lo he dejado ahí, desde el primer día. con las otras no pasa igual, el pago es al principio y con mucha conversación, pero con la lupe no, con ella el negocio está en el silencio, la monotonía y las partidas.
una vez no vino la lupe, sentí qué se yo que cosa, salí al bar, recorrí las calles y ella no vino. a la mañana siguiente amanecí en la casa de una de las otras, al despertar me vestí, salí del cuarto, fui a la cocina, tomé leche y una cerveza. entonces entró la lupe, sonriente y en ropas de dormir, la vi, me vio, e inmediatamente salió corriendo despavorida, quise hacer el intento de seguirla pero no pude, la otra salió de su cuarto, le pregunté por la lupe y me dijo que era su mamá, yo guardé silencio y me marché.
esa misma noche, la lupe reapareció, me vio fijamente, se quitó la ropa, se acercó a mi, me abofeteó tan duro que la cara me quedó marcada y luego continuó con el ritual, y ha seguido así hasta ahora.
es extraña la lupe, pero creo que nunca sabré que pasa por su mente, ni la primera vez que la vi, ni en los sucesivos encuentros, ni cuando se marcha, ni cuando me vio en su casa, ni nunca. pero quién soy yo para averiguar esas cosas, la lupe siempre viene y eso en algo se debe parecer al amor.