voy a empezar con un cliché: alguien debería ponerle un rotulito de "se aplican restricciones" a la confrontación con la posibilidad del enamoramiento.
3 fracasos amorosos este mes adornan mi adorable y nunca bien ponderada existencia. la que creía, la que dejó de ser y la que nunca fue:
con la primera la decepción se hizo presente, a mi acostumbrada incapacidad social habría que sumarle la incapacidad de los mortales por ver a los lados para percatarse de la existencia de sus "casi" iguales.
la segunda fue la clásica historia de la desesperación. la esperé y nunca vino, la dejé de esperar y ella se dio cuenta...se fue. la volví a esperar...obvio, ya no vino más.
la tercera fue la más real, la más carnal y sudorosa, pero no dejó de ser otra representación (exactamente igual a las anteriores dos).
el desamor tiene esas cosas, igual que el amor en sí, parte de una premisa fantasiosa, habita los resquisios del autoengaño y termina por convertirse en costumbre y confundiendo lo real con la obra de teatro que montamos. el resultado fina es una resaca moral, un fuerte dolor de cabeza, un ligero sentimiento de culpa y altas dosis de confusión y aburrimiento.
finalmente sigo como al principio, solitario, sin quejas. tal vez eso de positivo tenía la fase previa al desamor: había de qué quejarse.
y, como siempre, este intento de ser humano se queda sin poder entender eso del amor. aunque, si de algo sirve, hay una cosa por la que prefiero el desamor al amor: siendo igual de calculables y mecánicos, por lo menos el desamor crea una obra de teatro más verosímil y menos rebuscada, como cuando te dan a escoger entre el ladrón de bicicletas y avatar y te despiertas aburrido de tanto colorido y hombre azul y te vas or la simpleza, que de paso suele ser más bella.